Nos levantamos a las
4:30 de la mañana para culminar nuestro segundo gran día de pesca en el río
Paraguay, un paraíso sin límites que nos había sumergido en una aventura épica. Después de los resultados del día
anterior capturando pirañas y Pacús, mis quejas eran nulas, al terminar dicha
jornada fotografiándome con un cocodrilo.
Comenzamos a pescar con
las lombrices de metro y medio que había que ensartar en los anzuelos con mucha
habilidad, colocando finalmente un pez vivo con forma de anguila de unos 20cm,
algo explosivo. Los resultados no se hicieron esperar y las primeras pirañas
comenzaron a atacar a nuestros peces vivos sin contemplaciones. Era una bonita
imagen pero terrorífica a su vez, un paisaje tan exótico y unos peces así de
monstruosos.
Decidimos dejar de
pescar a fondo con el pez vivo y apostamos por cacear un rato cerca de los
cantiles escarpados de una montaña rocosa. Nuestros peces Rapala Mágnum de
colores llamativos, tenían una acción en el agua demoledora, cubriendo el
suficiente terreno a la profundidad adecuada, no tardando en producirse la
primera carrera de línea que terminó en un gran salto fuera del agua por parte
de un pez perro. Tenía un tamaño decente, ya que bien podía sobrepasar los 7kg
y sus colmillos debían de ser espectaculares. La mala fortuna que acompaña a los pescadores con las
grandes piezas estaba presente e hizo que se desprendiera la pieza en una de
sus fuertes cabriolas. Menos mal que se trataba de un paraíso de pesca, en
donde la pesca abundaba, permitiéndonos capturar más peces de colmillos
afilados, unos auténticos vampiros de agua dulce que atacaban casi cualquier
modelo de Rapala que le presentábamos.
Yo únicamente me
limitaba a disfrutar de la pesca pero
el caso es, que cada kilómetro que avanzábamos no veía manguruyúes, pero si
nuevas especies que incorporaba a mi lista de peces exóticos, por lo tanto, la
satisfacción personal era grandiosa. Seguimos avanzando y después de que todos
capturásemos unos cuantos peces perro, Junior tuvo una brutal picada,
se trataba del primer Dorado de la jornada que no hacía más que saltar fuera
del agua y terminó partiendo la línea. Una pesca complicada la de Paraguay,
habíamos perdido el Dorado y un viento fortísimo se levantó. Se trataba de un
viento de unos 50km/h, algo imposible de soportar y que nos obligó a
refugiarnos empotrando la lancha entre los gigantes camalotes de la orilla que
aguardaban bajo los árboles. No teníamos muchas opciones más, así que seguimos
pescando desde la orilla con nuestras lombrices de metro y medio.
La primera picada no tardó en suceder, tiraba igual que
una gran carpa, sus carreras eran complicadas de frenar a pesar de los equipos
de pesca de alta mar para grandes peces (jamás me acostumbraré a los carretes
con manivela en el lado
derecho) el guía Oscar me dijo que se trataba de un “Armado” y yo como un poseso, comencé a tirar con
más nervio pues me sonaba cojonudo el nombre del pez y no tenía ni idea de cómo era. Cual niño pequeño poseído caña en
mano (todos lo somos) conseguí sacar a superficie aquel ejemplar de unos ocho
kilos. Su línea lateral era una larga hilera de cuchillos afilados, un pez que
únicamente se podía agarrar por el opérculo cercano a las agallas, pues la boca
es similar a la de una carpa y toda la línea lateral son cuchillas que te
cortan con facilidad con un simple movimiento de cola. Una vez devuelto a las aguas, mientras
soportábamos aquel viento seco de 50km/h a 55º de temperatura y 100% de
humedad, comenzó el festín. Al poco tiempo de lanzar la caña los armados
entraban al cebo deleitándonos con sus carreras y fuertes coletazos. Dobletes,
tripletes… Junior, Andrea y yo capturamos unos cuantos de porte considerable
hasta que decidimos seguir avanzando, pues el viento se había calmado.
Después de veinte
kilómetros más río abajo, llegamos a una zona tranquila que prometía bastante y
así fue. La Línea comenzó a salir de forma continua y lenta, como si la gran
clavada que ejercí sobre aquel pez fuese baladí, pues parece ser que ni se
inmutó. Me recordaba mucho a la forma de tirar de los siluros, solo que más
lentamente. Se posó en el fondo unos segundos sin dejarme que le moviera, lo
cual era una buena señal pues podía ser lo que venía buscando. Después de una
dura lucha corriente arriba, corriente abajo, asomó su gran cabeza. Se trataba
de un manguruyú de unos 25 kg, no era una bestia de 80kg pero ya lo había
conseguido.
Sin darnos cuenta,
habíamos pescado seis de las ocho especies principales de aquellas aguas y
todavía pescaríamos le séptima.
Llegaba el atardecer y
nos quedaba una hora escasa de pesca, así que decidimos cacear nuevamente con
las escasas Rapalas que traje desde España, intentando capturar uno de esos
lingotes de oro suramericanos. Seguimos caceando hasta llegar a una zona rocosa
que tenía bastante buena pinta y saltó mi carrete, de tal forma que casi revientan todos sus engranajes, pues
me había pillado sacando línea y cuando quise cerrarlo no había manera.
Enseguida
nos percatamos de que se trataba de un gran Dorado, un lingote de oro precioso
de aquellas aguas, difícil de capturar hasta casi un punto anecdótico, pero
finalmente lo conseguimos, capturando un gran Dorado medio paraguayo medio
Brasileño, algo para mi excepcional. Después de fotografiarme y quince minutos
antes de marcharnos, Junior decidió dar otra pasada con la embarcación, pues
estos peces son territoriales como los lucios y tienen los apostaderos muy
delimitados. No tardó en entrar el segundo Dorado en la Rapala de Junior, otro
diablo de agua dulce que saltó en varias ocasiones dejándonos boquiabiertos,
una pieza excepcional que nos dio una despedida perfecta en aquel atardecer.
(uno de los múltiples tipos de catfish)
Finalmente y después de
desembarcar y despedirnos de nuestro guía Oscar, la aventura continuaba. Al
llegar al hostal en las cercanías del embarcadero, decidimos que había que
partir de regreso con urgencia con el fin de alcanzar la carretera más próxima
que estuviese asfaltada. Anunciaban fuertes lluvias para esa noche y de camino
hasta la primera población teníamos seis horas de mega camino de cabras, no
existía carretera, teniendo que atravesar cuatro pequeños ríos que se
encontraban cada cual en su respectivo cañón, de tal forma que cuando llovía
alcanzaba cada río una profundidad de 2m de profundidad, debiendo de esperar un
día o dos (después de las lluvias) para
poder atravesarlos.
La situación se
complicó cuando la señora del hostal en el que nos encontrábamos, nos recomendó no viajar de
noche, pues había asaltos en el camino y era peligroso. Esto anterior (sumado a que no teníamos
gato para las ruedas ni ningún tipo de protección) nos dejó bastante confusos pero finalmente decidimos aventurarnos imprudentemente en el camino para alcanzar la siguiente población (ya con camino
asfaltado) a seis horas de distancia. Por suerte pudimos atravesar los ríos, no
sufrimos ningún asalto y pudimos atravesar los incendios que había a ambos
lados del supuesto camino.
Alcanzamos la
civilización, habiendo vivido una experiencia inolvidable junto a Junior que
nos proporcionó un final de luna de miel salvaje¡¡¡¡
Solo puedo terminar
este artículo, corroborando la veracidad de la leyenda con la que empecé esta
historia:
Nunca pensé que dicha
aventura pudiese terminar en tal lugar, rodeados de yacarés, pirañas,
manguruyúes, surubíes y Armados, escorpiones de color púrpura y pumas salvajes,
un lugar lindo como dicen allí en Paraguay, en donde corre la leyenda de que el
pescador que prueba sus aguas, “siempre vuelve”.
Artículo realizado por:
Eduardo Zancada
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